Eso es, a fin de cuentas, lo que tenemos en esta vida nuestra, maravillosos recuerdos almacenados en nuestra mente pero cantidad de terribles momentos sufridos en nuestro día a día. Y esta idea total y absolutamente optimista esta fundamentada en su propia teoria: la rutina que esta sociedad nos convence a vivir con cantos de sirena esta repleta de penosos momentos: atascos, enfrentamientos, pesadumbre, desgana, apatía, fracasos, tropiezos, soledad, tristeza, etc.
Los propios noticiarios televisivos se convierten en ocasiones en macabros resúmenes de estas jornadas, estando a rebosar de asesinatos, secuestros, guerras, enfermedades, recortes de los derechos, mentiras, escándalos y luchas políticas y sociales de todo color.
Y en medio de esta vorágine cotidiada siempre se suelen intercalar algunos instantes de pura y auténtica felicidad, que por escasos, no son menos intensos. Ya lo dijo Descártes, aquello que es bueno es siempre más perfecto que lo malo. Os hablo de una mirada o una sonrisa de ese alguien especial, una reunión de amigos, un beso de ensueño, un baile simpático con una madre, y un largo etcétera.
Por supuesto, hay excepciones que confirman esta máxima vital. El entierro de un ser querido, una lágrima en soledad, un corazón goteante y herido, una duda existencial y una vez más un largo etcétera. Son detalles que, por mucho que duelan y el tiempo transcurra, no se borran. Pero son eso, una excepción. Sino probad y haced memoria. ¿A qué recordáis imnumerables momentos con los compañeros, con los amigos, con la familia, con el amor? Yo particularmente, tengo de privilegio de poder contestar que sí.
Esta idea, por rocambolesca que parezca, implica un gran bien y un gran mal a la vez. El bien, silencioso y prudente, quedará siempre ahogado ante los gritos de la maldad. Sin embargo, será la bondad la que, por su autenticidad, permanezca en el recuerdo de la humanidad, condenando al olvido al mal. Y no podemos aspirar a cambiar esto, pues cuanta razón tiene esa frase que nos dice: no hay luz sin sombras. Pero si podemos confiar plenamente en la victoria permanente del bien, por un motivo fundamental, pues en el bien vive la felicidad, y Aristóteles nos dijo que el máximo objetivo del ser humano es alcanzarla.
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